El misterio de las siete matrioskas

¡Por mil gatos petrificados!

¡Hace un frío en la calle que congela el pelaje, amiguitos! ¡Brrrrr! Suerte que hoy para ir a trabajar he optado por el método de vestirme al estilo cebolla. Como ya hice aquella vez que estuve en Rusia con mi amigo de la infancia, Metomentodo, ¡y la temperatura marcaba 30 grados bajo cero! ¿Sabéis lo que es vestirse estilo cebolla, ratoncitos? Pues ponerse  capas y capas de ropa para parar el frío helado del invierno. La primera capa está en contacto directo con mi pelaje y consiste en una camiseta térmica y calcetines de lana; después, añado una camisa de franela, un chaleco de pura lana y unas mallas térmicas; a continuación, me visto con los vaqueros más gruesos que tengo, una primera chaqueta cortavientos y unas botas reforzadas; no me olvido tampoco de los pantalones acolchados, de una chaqueta de plumas, los guantes y un pasamontañas; finalmente, acabo de abrigarme con un gorro y una bufanda mullidita. ¡Y ya puedo salir a la intemperie de lo más calentito! 

El ambiente invernal que estamos experimentando en Ratonia me ha hecho recordar esa gélida mañana de diciembre en la que comenzó una aventura superratónica. ¡Era tan GÉLIDA que mientras caminaba hacia la oficina se me formaron carámbanos en los bigotes! Y es que, en efecto, la previsión meteorológica había anunciado para aquel día una tempestad de nieve proveniente de Rusia. Y al cabo de poco la tempestad llegó, ¡vaya si llegó!

La casualidad quiso que en ese momento mi abuelo Torcuato Revoltosi, alias Panzer, se empeñara en que aprendiera ruso para traducir nuestros libros a ese idioma y poder abrir un nuevo mercado. Yip yip, y quería que lo aprendiera en tiempo récord. ¡Por mil quesos de bola! ¡Cómo iba yo a aprender un idioma tan difícil en tan poco tiempo! Con los morros sumergidos entre libros y la calefacción a tope en la redacción, apareció de repente mi amigo Metomentodo Quesoso (él siempre tan oportuno). No me preguntéis cómo se había enterado de que estaba aprendiendo ruso, ¡y pretendía que partiera con él hacia Moscú, la fría capital de Rusia, para llevar a cabo una misión secreta! ¡Necesitaba que le hiciera de intérprete pero aún no sabía si sería capaz de aprenderlo!

Los que me conocéis sabéis que nunca abandono a un amigo en dificultades, de modo que después de que insistiera, me rendí, suspiré y me fui con él para intentar resolver esta misión secretísima. Resulta que un famoso coleccionista le había encargado a mi amigo que encontrara siete matrioskas valiosísimas ocultas en Moscú. ¡Y así es como acabé envuelto en una búsqueda del tesoro por las calles de la ciudad... abrigado como una cebolla!

Encontraréis toda la aventura en mi nuevo libro El misterio de las siete matrioskas, del que podéis leer el primer capítulo, en exclusiva, haciendo click aquí.

¡Un abrazo invernal!

Geronimo Stilton