El extraño caso de los granos azules

Queridos trocitos de parmesano,

¿Os imagináis que tenéis el acto más importante de vuestra vida, dar un discurso delante de un auditorio repleto de ratoncitos y ratoncitas, y os sale un horripilante, extrañísimo y sospechoso grano azul en la punta del hocico? ¡Qué vergüenza!, seguramente pensaréis. ¡Por mil quesos de bola! Precisamente, a mí me sucedió algo parecido, amiguitos. Me apostaría una pata a que tenéis los bigotes tiesos por la curiosidad, ¿verdad? ¡Yip, yip! Voy a contaros lo que sucedió.

Esa jornada tenía una cita muy especial: la directora de la escuela de mi sobrinito Benjamín (donde yo también estudié cuando era un ratoncito sin apenas pelaje), que es una buena amiga mía, me había invitado para inaugurar unos laboratorios científicos nuevos. Quería estar elegante, encantador e irresistible por varias razones, entre ellas para quedar bien con mi sobrino y dejar bien alta la reputación de El Eco del Roedor, el periódico que dirijo. Mi abuelo, Torcuato Revoltosi, ya se encargó de recodarme insistentemente que todo el auditorio y toda la prensa allí presente estaría pendiente de mi discurso de inauguración… ¡y que no debia hacer el bobo! ¡Yo estaba nervioso como un flan! Me había lavado los dientes con un dentífrico de gruyer y menta, rociado con perfume Tranchettin, peinado el pelaje con un gel especial y vestido con un traje recién planchado. ¡Me esmeré más de lo habitual para estar guapo y elegante!

Cogí un taxi para dirigirme a la escuela de Benjamín. Durante el trayecto me dediqué a repasar mi discurso, pero a medida que nos acercábamos a la escuela me iba poniendo cada vez más nervioso, hasta que empezaron a zumbarme los bigotes de tanto estrés… ¡Me notaba el hocico más pálido que una mozarella por el canguelo! El taxista, un roedor grande, obeso y con un mostacho terminado en punta, tampoco me ayudó a tranquilizarme… ¡Al contrario! Me llamó quesito temblón y me comparó con mi abuelo, al que conoció llevándole en su taxi, y de quien dijo que él sí era un periodista de los de antes. En fin…

Cuando bajé del taxi, me pareció notar una extraña neblina azul en el aire y un olor a ajo muy intenso. ¡Qué raro! Tras indagar un poco resulta que en Ratonia se había desatado una extrañísima epidemia que provocaba unos curiosos granos azules. ¡Por mil mozarellas azulonas! El médico más famoso de la Isla de los Ratones estaba buscando una cura a esta epidemia, pero alguien quería impedírselo… ¿Quién podía estar detrás de semejante caso? ¿Adivináis quién se apuntó a resolver este misterio? ¡Efectivamente! ¡Yo, Geronimo Stilton!

Si queréis descubrir cómo acabó esta aventura superratónica, anímate a leer la nueva historia “El extraño caso de los granos azules”. ¡La diversión está garantizada al queso!

Palabra de roedor