¡Si lo sé, hoy no me levanto...!

¡Por mil quesitos!

¡Hoy ha sido uno de esos días en los que todo se ha puesto patas arriba! Aún me parece estar escuchando los bufidos del Abuelo Torcuato pitándome en las orejas…

¡Perdonadme, queridos taquitos de parmesano, ni siquiera os he saludado! ¿Cómo estáis?

Esta mañana, cuando me levanté a la hora acostumbrada, saqué el hocico por la ventana para ver el cielo y una bruma marina densa, húmeda y fresca cubría todos los tejados de las casas de la ciudad… ¡Brrrr, qué canguelo felino! ¡Parecía la barriga de un gato pardo! Sin embargo, eso no me hizo perder el buen humor (yo siempre me despierto de muy buen humor por las mañanas) y me preparé un desayuno de bigotes. ¡Por mil quesos de bola! ¡Hoy me quedaría trabajando en casa!  

De repente, cuando estaba acabando de chuparme los contrabigotes con la novena tortita de queso de bola… ¡gling! ¡Un nuevo correo electrónico entró en mi bandeja de entrada! ¿Quién me mandaría un correo tan temprano?, me pregunté.

Aún con el morro lleno de mantequilla, me levanté para ir a consultarlo... ¡Me picaba la curiosidad!

No conocía al remitente, pero en el asunto ponía: “A la atención del director de El Eco del Roedor, ¡urgente!”. “¡Ése soy yo!”, exclamé dando un respingo y atragantándome un poco. ¿Era un lector enojado porque acaso consideraba que alguna información publicada era incierta?, temblé... ¿O era un informador anónimo que quería darme una exclusiva?, me pavoneé... ¡Por mil queso de bola! Lo más seguro es que fuera un admirador impaciente que quería pedirme que le firmara mi último ratoseller, concluí…

Lo abrí y empecé a leer el mensaje. ¡Por mil quesos de bola! No podría creer lo que veían mis ojos. ¡Hoy iba a ser un día especialísimo, superratónico, extraordinario! Resulta que el famosísimo pianista de talla mundial Teclus Serenatus iba a dar un recital online, en exclusiva, SÓLO para El Eco del Roedor y la Gaceta del Ratón, ¡esa MISMA MAÑANA dentro de MEDIA HORA! ¡Por mil quesos de bola! ¡Teclus Serenatus! ¡En exclusiva! ¡En media hora!

¡Pero si aún voy en pijama!  

Corrí para meterme en la ducha y acicalarme rápida y apropiadamente para tal ocasión, pero se me enredó una pata en la alfombrilla del baño, tropecé y me di de morros contra el suelo. ¡Yip yip! Me miré al espejo y, asustado, ¡vi que, a causa del golpe, se me había caído un diente! No uno cualquiera... ¡un incisivo, el diente con el que suelo roer las cortezas de queso! “¡Pof mil quefof de fola, Geronimo! ¡Fienef una pinfa horrifle!”, balbuceé. ¡Me tapé la boca! ¡Se me escapaba el aire cuando hablaba! ¡Qué bochorno!

Intenté desinflamarle el flemón con un poco de hielo… Y renuncié a la ducha. ¡Sólo tenía diez minutos para intentar alisarme el pelaje, alborotado de dar vueltas toda la noche en la cama, y ponerme el traje de gala que, ahora recordaba… estaba en la tintorería!

¡Por mil mozzarellas! ¿Y cómo me vestía yo ahora para el recital exclusivo al que me acababan de invitar? Revolví el armario en busca de algo decente pero todos mis trajes parecían estar por planchar… ¡Estaban arrugados como un queso añejo! Sólo encontré una camisa floral con tonos de queso mohoso que me había traído mi amigo Metomentodo Quesoso de una misión a las islas tropicales… ¡y que no me había puesto nunca por extravagante!

Pasaban tres minutos de la hora de la convocatoria cuando logré conectarme…

“¡Fuenof díaf! Ferdonen el ligerof fretrafo”, dije mirando a la cámara del ordenador, poniendo mi mejor sonrisa sin acordarme del diente ¡que ya no estaba! Vi que a Sally Ratonen, mi archienemiga y directora de la Gaceta del Ratón, vestida con sus mejores galas y peinada expresamente para la ocasión (¿cómo habría tenido tiempo?), se le escapaba una maliciosa carcajada. Vi también que el maestro pianista Teclus Serenatus se ajustaba el monóculo para observarme detalladamente… “Señor Stilton, ¿llega usted TARDE, con la concentración que sabe usted que necesitamos los artistas, y encima aparece con esas pintas? ¿Se piensa usted que esto es una fiesta en la playa? ¡Qué falta de respeto!”, carraspeó molesto Teclus Serenatus.

Y añadió con un tono de voz cada vez más indignado: “¡Le tenía a usted por un ratón serio! ¡Desde luego no es digno de estar en este recital, ni mucho menos de ser el director del diario que fundó su abuelo! ¡Voy a echarle de la reunión INMEDIATAMENTE!”. Y la conexión se apagó… Pantalla en negro. Silencio. Me quedé como un pasmarote.

Deseando que sólo hubiera sido una pesadilla, ¡auch!, me pellizqué la mejilla. ¡Gling! ¡Gliing! ¡Glliiiing! ¡Gliiiiiing! No paraban de entrar correos, mensajes al móvil, llamadas… La rata de alcantarilla de Sally Ratonen ya se había dado prisa en publicar la noticia: “El director de El Eco del Roedor, Geronimo Stilton, humilla al maestro pianista más famoso del mundo y es expulsado del recital por indecoroso”. ¡El Abuelo Torcuato sacaba humo por el hocico de lo furioso que estaba!

¡Por mil quesos de bola! ¡¿Cómo se había podido girar el día de ese modo?! ¡Pero si iba a ser un día superratónico! ¿Vosotros también habéis tenido alguna experiencia parecida, amiguitos? ¿Que de repente algo que parecía que iba a ser morrocotudo se convierta en un fracaso estratosférico?

No es para consolarme, o quizá un poco sí… ¿Qué os parece si compartís una anécdota graciosa, vergonzante, ridícula, que os haya sucedido recientemente a vosotros, mandando un comentario al Ratoblog? ¿O escribiendo un artículo en El Eco del Roedor? ¡Sería morrocotudo!

¡Un abrazo de vuestro ratonil amigo!

Geronimo Stilton