El secreto de la esfinge

¡Por mil pirámides!

¡No podéis imaginar lo que me ha sucedido, amiguitos! Yip yip… ¡Qué ridículo! Pero mejor empiezo por el principio, ¿no? Me llamo Stilton, Geronimo Stilton, y dirijo El Eco del Roedor, el periódico más leído de la Isla de los Ratones. A pesar de que el abuelo Torcuato se empeña en repetirme una y otra vez que soy un vago y que no soy digno de haber heredado su periódico, vosotros sabéis que casi siempre tengo los morros metidos entre las últimas noticias. ¡Y que en mi tiempo libre adoro explicar historias alegres y divertidas!

Como muchos de mis colaboradores están ya de vacaciones, el otro día asistí a la inauguración del Ciclo de Cine Ratónico al Aire Libre de Ratonia que se celebra en la plaza de la Fuente Cantarina. Allí estarían algunos de los directores de cine más importantes del mundo, así que para asistir debía estar a la altura y vestirme con mis mejores galas. Por supuesto, también estaría invitada al evento la famosísima directora de cine de terror Tenebrosa Tenebrax que, además, es mi casi novia, así que muy probablemente muchos ojos se posarían en mí. ¡No podía fallar!

Nervioso como un flan, estuve revolviendo el armario para encontrar el traje de las ocasiones especiales… ¡pero por mucho que rebusqué no lo vi por ningún lado! “¡Por mil quesos de bola! ¡El evento es dentro de una hora y yo aún tengo el pelaje y los bigotes por peinar! Eso seguro que es cosa de Trampita, que ya estará gastándome alguna de sus bromitas… ¿Cómo se habrá enterado de que hoy debía ponerme elegante?”, exclamé mientras vaciaba el armario sacando prendas de una en una. Miré de nuevo el reloj. ¡Yip yip! ¡No podía llegar tarde!

En el suelo vi una chaqueta y un pantalón verde que no recordaba el tiempo que hacía que no me ponía. Quizá notaba que me iban un pelín apretados. “¡Geronimo, la pizza cuatro quesos que te zampaste anoche te está pasando factura!", exclamé. Pero me miré al espejo y me vi bastante bien. Bueno, en realidad, ratoncitos, me notaba más bien como uno de aquellos quesos rebosantes con atadillos pero no tenía más tiempo de seguir buscando.

Salí de casa y me dirigí tan rápido como me dejaban mis patitas hasta el punto de encuentro. Era extraño pues, a medida que iba andando, me iba sintiendo más ligero. Eso será porque estás haciendo ejercicio, me diría mi hermana Tea. Cuando llegué a la plaza de la Fuente Cantarina, ya había bastante gente sentada en las hamacas situadas delante de una enorme pantalla. ¡Habían montado un superratónico cine al aire libre! Noté que el grupo de la prensa, que estaba junto a los directores, las actrices y los actores, dirigió su mirada hacia mí. ¿Me pareció ver que a alguno se le escapaba la risa? ¿Estaba Tenebrosa mirándome con cara de sorpresa? ¿Los cuchicheos que se escuchaban más y más fuerte eran por mí? ¿Y esos flashes? ¿Me estarían haciendo fotos? “¡Por mil quesos de bola! ¡Geronimo, hoy estás tan elegante que todos se han quedados pasmados! Y yo que pensaba que este traje estaba pasado de moda… Pero si incluso ahora noto que, en vez de irme estrecho, me baila un poco de la cintura y las hombreras me están anchas… ¡El abuelo Torcuato estará orgulloso de que el director de El Eco del Roedor cause tal sensación”, dije para mis adentros.

Cuando estaba casi a punto de llegar al asiento que tenía otorgado, algo me paró de golpe, me desequilibré y caí de morros al suelo. Yip yip... ¿Qué había sucedido? Mis ojos resiguieron una especie de tela roída larguísima de color blanco que había hecho el mismo camino que yo desde mi casa hasta aquí. ¡Parecía una venda infinita! Vi que uno de los extremos salía de la parte inferior de una de las piernas de mi pantalón. Un ratón la había pisado sin querer, y al tensarse, yo me había caído.

De repente, caí en la cuenta de cuándo había sido la última vez que había vestido ese traje y lo entendí todo: ¡fue en aquella aventura en la que tuve que perseguir a los pérfidos Gatos Pirata hasta el Antiguo Egipto para salvar la Historia! ¡Entonces, aquella era una de las vendas de alguna de las momias de la corte del faraón Kefrén! ¡Seguro que Trampita la había escondido dentro de mi traje para asustarme! Por eso notaba que me iba un poco estrecho cuando me lo he puesto y que me iba aligerando a medida que andaba, porque la venda ha ido saliéndose. Y todos los ratones no me han mirado al llegar porque iba elegante, no, sino porque parecía que hubiera llegado una momia a medio desnudarse. ¡Qué vergüenza pasé, amiguitos!

Esta anécdota, sin embargo, me ha hecho querer compartir con vosotros la morrocotuda aventura que viví en la época de uno de los monumentos más famosos de la Historia: ¡la esfinge del faraón Kefrén! ¿Sabíais que este monumento, tallado en roca, tiene cuerpo de león y cabeza de hombre, se levanta entre enormes pirámides y mide más de 20 metros de alto?

Cuento esto y mucho más en el cómic El secreto de la esfinge, del que podéis hojear en exclusiva las primeras páginas uno de estos días de vacaciones.

¡Feliz lectura!

Vuestro amigo

Geronimo Stilton